EL SILENCIO

El silencio es tiempo presente. Ocurre entre lo que fue y lo que vendrá. Cuando hay silencio algo cesa: la recepción del exterior, el flujo de los pensamientos, el diálogo interior, la preocupación por el hacer pendiente. Todo ello se retira del espacio del silencio, que se abre disponible a otras cosas y se torna ancho. Pues el silencio une.
Nos une primero con nosotros mismos. De repente oímos el rumor de nuestra sangre, el palpitar del corazón, el ruego de nuestro pulmón, el quejido de nuestro hígado o nuestro intestino, sentimos el deseo de unificación como expectativa concentrada, oímos la consonancia de todas las células como una gran sinfonía y la escuchamos con asombrada devoción. ¿Qué suena más profundo y sonoro que esa gran sinfonía? ¿Cómo podríamos hartarnos de escucharla?


Pero luego el espacio del silencio se abre aún más y escuchamos nuestra alma. Ella nos conduce mucho más allá de los límites del cuerpo y nos hace llegar hasta todos aquellos que están unidos a nosotros por su interposición. En ella siguen teniendo su hogar, en ella permanecen presentes y nos dicen, piden o regalan algo, nos miran y nos esperan, están cerca y lejos al mismo tiempo. En su presencia, nuestra alma habla con muchas voces, como un coro polifónico.


Sin embargo, algunas de esas voces aún no están en sintonía, aún no han encontrado el tono puro. Si escuchamos también estas voces, quizá se vuelvan claras y nítidas al cabo de un rato, pues el gran canto sólo se perfecciona escuchando cada voz individual. O más exactamente, sólo escuchando cada voz individual, incluso aquellas que parecen desentonar, se nos perfecciona el canto completo y nos perfeccionamos nosotros mismos.


Cuando abrimos los ojos en medio del silencio y miramos y escuchamos en torno a nosotros, también nos hablan los animales y los árboles e incluso la flor más ínfima e insignificante. Pero sin ruido, en la plenitud del silencio.


Sí, el gran silencio es sonoro y poderoso a su manera. A veces decimos que Dios se ha retirado, que se ha replegado en el silencio. ¿Puede una palabra resonar más poderosamente que ese silencio? Y también entre las personas, ¿no es a veces el silencio la respuesta más clara, más sublime, la única válida?
Podemos acallar el silencio con el ruido, pero sólo por un tiempo. Nos espera, a veces largamente. Porque, finalmente, no podemos evadirlo.

Bert Hellinger

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